Escribe: Lucía Pérez Chabaneau
Directora Ejecutiva Amnistía Internacional Uruguay
El pasado 24 de junio Julian Assange fue liberado de la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, Reino Unido, tras un acuerdo con el Tribunal Superior de Londres, en el que se declaró culpable de cargos de conspiración por la filtración y difusión de archivos clasificados sobre la defensa nacional de Estados Unidos. Los documentos contenían información relativa a operaciones militares y diplomáticas de Estados Unidos en Medio Oriente.
Tras un largo periplo de encarcelamiento, acusaciones cruzadas y varios pedidos de extradición para ser juzgado en Estados Unidos, Assange logra una victoria parcial, aunque importante: su liberación luego de cinco años de prisión en una celda reducida, cargando con problemas de salud y el mundo entero observando su causa y movimientos.
¿Por qué es una victoria parcial? Porque su liberación surge tras declararse culpable de conspiración, luego de presiones y años de idas y vueltas con Estados Unidos que, en un acto deliberado dio un mensaje ejemplarizante a quienes ejercen el periodismo. La liberación de Assange y su llegada a su Australia natal es, sin duda, una buena noticia. La extradición de Assange a Estados Unidos hubiese significado no sólo poner en peligro las garantías de un debido proceso y su propia vida, sino también una importante derrota para la libertad de expresión en el mundo. A pesar de que hoy Assange se encuentra en libertad – a cambio de haberse declarado culpable-, aún hay muchas preguntas respecto a la pertinencia de los cargos (ya que se trataba de información de interés público internacional), la insistencia estadounidense por la extradición y la conveniencia de llegar a un acuerdo para evitar un juicio en el que podría ser necesario revelar más información interna de Estados Unidos sobre sus operaciones y sobre el propio manejo del caso Assange. La lucha por la libertad de prensa sigue.